miércoles, 26 de marzo de 2008

La prosa del azúcar

La prosa de azúcar
Por Alejandro Hermosilla Sánchez
Revista El Coloquio de los Perros,
Murcia, España, Primavera 2008

Risueño, bondadoso, pausado y con la cordialidad y amabilidad propia de los cubanos, Miguel Cossío Woodward se presentó ante nosotros con la misma naturalidad y sencillez por la que se desliza su prosa en las pocas pero excelentes novelas que ha publicado hasta el momento. Huyendo —por motivos estéticos— del recuerdo del libro, Sacchario, que le concediera el reconocimiento unánime de la crítica, pero siempre vinculado, de una u otra manera, al recuerdo de su isla natal y a las experiencias que le forjaron como hombre, confesar que fue un placer entrevistarlo meses antes de que termine su nuevo libro y su lírica y evanescente prosa inunde con su belleza las retinas de muchos de sus lectores.
Como la mayoría de los grandes hombres y escritores —palabras de Roberto Bolaño— Cossío es un hombre bueno que, a pesar del paso de los años, no ha perdido la sonrisa y la mirada inocente del niño que tan sólo necesita una buena compañía o diálogo para resucitar el sonido del mar de fondo de su infancia. Ese mismo mar que un día lo observara de refilón derribando a gigantes confundidos en toneles de vino entre las paredes de una biblioteca o viajando a los confines de la tierra enredándose con estrellas de mar.

—ECP: ¿Cómo llegaste a pensar en dedicarte a escribir?
—MC: Realmente, no recuerdo un momento especial. Yo siempre supe que iba a ser escritor y no hay un momento particular que pueda señalar a este respecto. Creo que, para mí, fue como una vocación innata. Era tan claro como saber que iba a crecer o iba a ir a la escuela. Desde muy niño percibí con claridad que siempre iba a tener a la literatura como mi vocación principal.
—ECP: Sin embargo, supongo que habría una serie de libros que te marcaron.
—MC: Llega un momento en que resulta un poco feo hablar de todas las obras y aspectos de la vida que a uno le han influido. Pero recuerdo que desde muy pequeño leía todo lo que caía en mis manos y, por supuesto, los libros de hadas y todo este tipo de lecturas que forman parte de la infancia. Sin embargo, mi primera lectura seria fue El Quijote y tengo que confesarte que no entendí nada. Tendría yo 8 ó 9 años, fui a la Biblioteca Nacional de Cuba, que estaba ubicada en uno de los castillos que se habían hecho en la época colonial y se encontraba cerca de casa. Había escuchado hablar de Cervantes y un día pedí El Quijote; las empleadas se quedaron sorprendidas. Lo leí sin comprender casi nada y sólo mucho tiempo después lo recuperé y lo releí varias veces [...] De todas maneras, si tuviera que decirte algún autor que me marcó por aquellos años este fue, sin duda, Julio Verne. Leí todo Julio Verne, al que encontré maravilloso. De hecho, lo primero que escribí con 9 ó 10 años fue, prácticamente, un plagio de La vuelta al mundo en ochenta días. En concreto, aquel pasaje en el que Phileas Phogg va caminando hacia el club donde se va a realizar la apuesta. Tenía yo una pluma de tinta verde y con aquella pluma empecé a escribir algo sobre alguien que caminaba de la misma manera que Phileas Fogg. Ya cuando era adolescente vinieron los grandes nombres como Herman Hesse o Thomas Mann.
—ECP: Por tu edad generacional supongo que debiste conocer a algunos de los más importantes escritores cubanos. ¿A cuáles?
—MC: Bueno, yo no me encontraba dentro de ningún círculo de escritores conocidos, porque mi infancia fue muy difícil. En mi familia éramos muy pobres. Por decirlo con claridad, nos encontrábamos en una situación de pobreza extrema. Por ello, mis lecturas y mis contactos fueron muy autodidactas durante mucho tiempo. Sólo más tarde me relacioné con escritores mayores como el poeta Eliseo Diego así como con escritores de mi generación. Pero de los grandes escritores recuerdo, sobre todo, mis pláticas con Nicolás Guillén. También conocí —pero, en este caso, de lejos, pues él era demasiado importante para mi edad— a Alejo Carpentier.
—ECP: Por cierto, al parecer, antes de dedicarte a escribir, fuiste profesor ayudante de una Cátedra de Economía en Cuba. ¿Me puedes explicar esto?
—MC: Sí. Curiosamente, debido a esa circunstancia de dificultad económica que me persiguió durante muchísimo tiempo, no pude hacer estudios regulares porque tuve que dedicarme a trabajar y demás asuntos. De todas maneras, me inscribí en un curso de nivelación preuniversitaria que me permitió entrar en la universidad y decidí apuntarme a la carrera de Licenciatura en Economía, lo que es uno de mis pecados. Me llamaba la atención la economía global, la visión del mundo que ésta otorgaba. Comencé a estudiar en la Universidad de la Habana esta materia y, finalmente, llegué a ser profesor ayudante de esta Cátedra sin, por otra parte, saber prácticamente nada..
—ECP: ¿Cómo llegas entonces a escribir Sacchario?
—MC: Tiene mucho que ver con la llegada de la Revolución Cubana, que fue una revolución para los jóvenes y gran parte de la población y supuso un momento de ilusión, de cambio utópico que, más tarde, comprobamos que no se realizó. En sus momentos iniciales, la Revolución representó un estado de crecimiento en todos los sentidos y había que colaborar con ella. Por ello, yo, como miles y miles de jóvenes, me fui a cortar caña de azúcar durante meses en los campos de Cuba. Esa tarea es increíblemente agotadora y no sé cómo pude soportarla. Pero, fíjate, mientras cortaba caña aprovechaba los descansos para leer a Joyce, lo que es algo, como verás, curioso. Así, fui poco a poco escribiendo cuartillas y, más tarde, quise recorrer toda esta experiencia en este libro cuyo nombre deriva del término científico de la caña de azúcar [...] Tomé ese nombre para el libro y escribí esa novela que creo que no es tampoco un modelo de alta envergadura literaria. No me siento excesivamente orgulloso de ello y, sin embargo, fue premiado. Gané el premio Casa de las Américas con ese primer bodrio.
—ECP: Bueno, yo no estoy de acuerdo en esto. A mí me parece un libro bastante bueno y respetable. Además, tu manera de combinar un estilo grácil y sencillo con diversos pensamientos y ritmos caóticos me pareció, verdaderamente, ejemplar.
—MC: De todas maneras, espero haber mejorado bastante después de este libro. Ja, ja, ja.
—ECP: ¿Y la metáfora del hombre del otro mundo que aparece en el libro?
—MC: Yo escribí el libro de una manera muy caótica. Trabajaba como economista en Cuba y tenía mucho trabajo. Terminaba mi jornada a las 9 ó a las 10 de la noche, llegaba a casa, dormía un par de horas y escribía como de la 1 de la madrugada a las 5. Escribí esa novela en tres meses pero, como te digo, de madrugada. Un poco como sugería Faulkner, con la paga del soldado.
—ECP: Sin embargo, aunque no estés de acuerdo conmigo, te puedo afirmar que la prosa está excelentemente pulida y hay matices muy cuidados como el no mencionar a Castro y casi no referirse a Batista.
—MC: Creo que esto se debe al hecho de que el libro narra la experiencia del trabajo agrícola desde dentro. No me interesaba introducir un discurso político en el libro.
—ECP: Por tanto, el personaje de Darío eres tú básicamente.
—MC: Sí, en ese sentido, sí.
—ECP: Hay un aspecto en tus novelas que también me interesa mucho: cómo afrontan tus personajes el amor.
—MC: Sí. Es una idea del amor como un proceso de pentimento, es decir, de pintura sobre pintura. Es un proceso en el que uno padece rupturas y empieza a mover cosas de sí mismo y, cada vez es más profundo, porque se nutre de la anterior experiencia hasta dejarse la piel en el intento, como hacen algunos animales, hasta aparecer casi desnudo y lleno de todo.
—ECP: ¿Y qué supuso el premio para ti?
—MC: En primer lugar, me dio a conocer en el medio literario, puesto que yo, como economista, no formaba parte de este mundo. Me dio a conocer y me vinculó a este mundo que era el mío y con el cual no estaba, hasta entonces, relacionado. Me confirmó lo que era mi vocación de siempre.
—ECP: ¿Y cómo y por qué tardaste tanto tiempo para escribir Brumario?
—MC: Realmente, esto es un problema muy serio, pues cuando terminé esta primera novela percibí que la literatura era un oficio que requería mucho rigor y trabajo y que no consistía en escribir a ratos como hasta entonces hacía. Por ello, me propuse escribir Brumario, que lleva el nombre del segundo mes de la Revolución Francesa, con el fin de aprender este arte. Lo que quiere decir es que estuve diez años escribiendo esta novela de una manera muy crítica y rigurosa. Los amigos me decían que por qué le daba tanta importancia a una u otra palabra cuando los lectores iban a pasar por encima de las mismas, pero para mí escribir este libro suponía la búsqueda de la palabra exacta, tal y como diría Flaubert. Trabajé mucho, mucho en este libro y, sinceramente, te diría que todavía no me siento satisfecho con el mismo, aunque creo que es mejor que el anterior. Usé técnicas diferentes. Trabajé con la segunda persona, decidí escribir sobre un tema muy duro como la crisis de los cohetes en Cuba en el año 1962 y, finalmente, se llevó al cine con el nombre de Tiempo de amar. Ahí trabajé con Enrique Pineda en el guión y aprendí a hacer guiones.
—ECP: ¿Y te gustó la película?
—MC: Si te he de ser sincero, no.
—ECP: Hay otro aspecto que me sorprende bastante de este libro. Además de la referencia clásica a Hiroshima mon amour de Resnais, el referente Hiroshima está muy, muy presente por toda la narración. Realmente, en la realidad cubana del 62, ¿esto era así?
—MC: No tanto. Yo leí mucho por aquellos tiempos acerca de lo que significaba una explosión atómica e Hiroshima me sirvió como referente para describir lo que sentíamos en aquellos tiempos.
—ECP: ¿Y el tío entrañable del protagonista de la novela era tu tío en la realidad?
—MC: Sí. Es una de las personas que más he querido en mi vida. Era muy místico y creo que fue siempre un modelo de hombre que sentía la literatura y lo conjugaba con un riquísimo mundo espiritual.
—ECP: Y este último aspecto, de una manera u otra, también se siente en tu obra, ¿no crees?
—MC: Sí. Siempre me han interesado los temas esotéricos. Yo tuve una formación religiosa católica muy fuerte que me llevó, posteriormente, a vivir una crisis de fe respecto a la misma y me apartó, definitivamente, de la religión. Sin embargo, siempre tuve una inquietud por los temas espirituales y esotéricos que me llevaron a leer a Alain Kardec y a Blavatsky, entre otros muchos, de tal manera que fueron integrándose en una visión trascendental del ser humano que, más tarde, he recuperado de nuevo con la religión católica pero también con muchos amigos judíos y con el misterio, por ejemplo, de la Kaballa. Creo que esto es esencial porque un escritor, en suma, no puede carecer de una visión trascendente de la existencia dado que el arte y la literatura trascienden. Uno busca la belleza, pero la belleza es también efímera y uno ha de pensar que debe haber algo detrás. Yo no diría que Dios es así o de otra manera. pero afirmaría que hay un misterio.
—ECP: ¿Y qué me puedes decir de Oasis?
—MC: Oasis es una novela corta. Como verás, por mi faceta de economista en aquella en Cuba debía estudiar mucho a Marx, hasta tal punto que casi me aprendí buena parte de su obra de memoria. Lo cierto es que siempre he querido desmitificar a Marx, porque era un dogma en aquellos tiempos. Bien. Entre muchos libros que leí de Marx, se encontraban sus cartas me encontré una que le escribíó a un amigo tras ir a Hamburgo para entregar los originales del primer tomo de El capital. Marx se hospedó en casa de su amigo y estaba feliz porque había terminado el primer tomo de El Capital. En fin, él regresa a Inglaterra en barco y, de repente, se encuentra con una muchacha. Él es un hombre de unos 50 años y la mujer debe tener unos 20. Y en una carta le comenta a su amigo de Hamburgo, en cuatro o cinco renglones, que la muchacha era alemana, no hablaba inglés y que le pidió auxilio para encontrar una estación de tren y poder ir en dirección a un castillo. Lo que me sorprendió a mí y creo que a Marx es que la muchacha era sobrina de Bismarck. Y es de esas cuatro líneas, de ese episodio del encuentro entre el sabio, el hombre mayor y maduro y la muchacha; entre el comunista y la blanquinegra muchacha aristócrata, de donde extraigo el material de la novela. Fue un oasis en la vida de Marx. Toda la historia está centrada en ese encuentro. ¿Qué hicieron esas dos personas en ese encuentro, de qué hablaron?
—ECP: Según parece, toda tu familia es mexicana, pero la cuestión es ¿cómo llegaste a radicarte aquí?
—MC: Sí, efectivamente, toda mi familia es de México. Sucedió primero que en Cuba me ofrecieron la posibilidad de venir a México para trabajar en la embajada cubana como consejero cultural, lo que me permitió relacionarme todavía más con muchos personajes de la cultura tanto mexicanos como cubanos. Llegó un momento en que terminó mi función aquí pero, sin embargo, yo tenía una posición muy definida en contra del régimen castrista y, finalmente, decidí quedarme en este país que, al fin y al cabo, era el país de mis ancestros, lo que no fue muy bien visto por las autoridades cubanas, pero no me importó.
—ECP: ¿Y me podrías indicar el por qué habiendo una buena cantidad de escritores y artistas en la República Dominicana no son ni tan importantes ni tan numerosos como los cubanos?
—MC: Creo que esto se debe al hecho de que Cuba es la isla más grande de habla hispana en el Caribe y, asimismo, tiene una población más grande que la República Dominicana. Además, Cuba ha tenido la suerte de poseer en el siglo XIX figuras muy notables que han ido creando todo un mundo cultural que permitió la aparición de grandes nombres de la literatura cubana. Hay buenos escritores y poetas en la República Dominicana, pero tal vez tu pregunta se relacione con un problema de tamaño y tradición, algo que tampoco creo definitivo. .
—ECP: Y en México, ¿cuáles fueron los escritores que más te impactaron?
—MC: Cuando estaba escribiendo Brumario, leí mucho a Carlos Fuentes que en Aura, por ejemplo, utilizaba el recurso de la segunda persona. Luego, leí muchos escritores, ensayistas y poetas mexicanos pero, en realidad, yo creo que, finalmente, uno se enriquece con todas las fuentes.
—ECP: Te voy preguntando por algunos escritores, ¿qué opinas, por ejemplo, de Jorge Edwards?
—MC: Es un buen escritor, aunque no me entusiasma demasiado. Chile tiene una literatura tan grandiosa que supera con mucho la obra de Edwards.
—ECP: ¿Pitol?
—MC: Me gusta. Tiene algunas novelas realmente interesantes. Creo que es un gran escritor.
—ECP: ¿Monsivais?
—MC: Monsivais es un escritor más bien costumbrista. Su terreno es lo popular. Tiene mucho genio así como capacidad irónica, pero se queda en este ámbito. No se le puede catalogar como novelista.
—ECP: Y en algún momento de tu obra hablas de Bola de Nieve, que a mí me gusta mucho. ¿Lo llegaste a ver en directo en alguna ocasión?
—MC: Sí. Era muy amable y dispuesto. Tocaba en un restaurante al que yo iba con mi novia de entonces. Le pedíamos que tocara y cantara y él no lo dudaba. Recuerdo alguna excelente interpretación de La flor de la canela. Era un tipo muy simpático y agradable.
—ECP: ¿Y hasta qué punto la influencia de Lezama Lima ha sido negativa o positiva, según tu opinión, para el resto de escritores cubanos?
—MC: Efectivamente, hay influencia lezamiana en Cuba así como en muchos otros lugares, pero considero que, por suerte, nos hemos salvado un poco de un influjo omnipresente de Lezama porque creo que aquellos que tratan de imitarlo fracasan. Lezama es en sí mismo su propio modelo y punto. No hay posibilidad de comparaciones.
—ECP: ¿Y llegaste a conocer a Cabrera Infante?
—MC: No lo conocí personalmente. Lo vi en alguna ocasión en Cuba cuando estaba a punto de abandonar la isla, pero no tuve contacto personal. De todas maneras, conozco bien su obra.
—ECP: ¿Y cuál es para ti su mejor libro?
—MC: Creo que La Habana para un infante difunto.
—ECP: Y para ti, ¿cuál es el cineasta emblema de Cuba?
—MC: Lo cierto es que hace ya muchos años que no veo cine cubano, pero te citaría, sobre todo, las obras de Tomás Gutiérrez Alea, que es el gran cineasta de los años 60 y nuestro tiempo. Su obra es imprescindible.
—ECP: Asimismo, creo que en 2002 realizaste una edición de los cuentos de Clarice Lispector. ¿Qué me podrías indicar sobre ella?
—MC: En verdad, yo creo que en México no estaba suficientemente valorada hasta hace mucho. Lo que ocurrió fue que comencé a conocer su obra y me fascinó. Me metí muy a fondo en la misma. Conozco toda su obra y biografía y creo que es una mujer incomparable en todo lo que es el continente hispanoamericano.
—ECP: ¿Cuáles dirías que son sus mayores logros?
—MC: Sus cuentos. Pienso que en el conjunto de sus cuentos es donde se encuentra lo mejor de su obra.
—ECP: ¿Y qué me puedes indicar sobre Eliseo Alberto Diego y su Esther en alguna parte?
—MC: Lichi es, ante todo, mi amigo. Él es el hijo de Eliseo Diego, que fue también mi gran amigo. Lichi es un escritor que comenzó con la poesía y, más tarde, realizó brillantemente sus primeras novelas. Pienso que en este libro alcanza una madurez literaria bastante importante.
—ECP: ¿Y sobre Julieta Campos y La forza del destino?
—MC: A Julieta la conocí y es muy curiosa su historia. porque ella salió de Cuba muy pronto para dirigirse a París y de allí fue a México y se casó con un mexicano. Sin embargo, su amor por Cuba siempre fue algo permanente para ella [...] Sucede que la editorial Alfaguara me envió una vez para que dictaminara el manuscrito de La forza del destino y yo me quedé maravillado. Creo que en Cuba no hay prácticamente una obra como ésta, que se encuentra incluso al nivel de Lezama. Es una obra brillante y, por supuesto, hice un dictamen muy favorable sobre ella. Más tarde, Julieta me habló, me agradeció y pude comer con ella, conocerla más. Tuvimos una breve —pues estaba en la etapa final de su vida— pero bonita amistad.
—ECP: ¿Y me puedes, finalmente, hablar de este último libro que te encuentras actualmente escribiendo?
—MC: Lo cierto es que yo nunca he dejado de escribir. En mi adolescencia y en mi juventud escribí poemas malos y luego realicé algunos cuentos también malos y a partir de Brumario hice de la literatura un trabajo con mucha dedicación pues, como te dije, estuve mucho tiempo escribiendo este libro. Sin embargo, Oasis la escribí en tan sólo dos meses puesto que ya tenía la pluma suelta. Más tarde, hice mucho periodismo y también crítica literaria, que es algo en lo que me he mantenido activo durante mucho tiempo, puesto que creo que es un ejercicio de comunicación y en el que uno manifiesta también su capacidad de escribir. Por tanto, desde que escribí Oasis hace muchísimos años, tenía la idea de realizar una novela alrededor de Marx pero, de nuevo, con la intención de desmitificar al personaje [...] Los estudiosos de Marx hablan del Marx joven y del Marx maduro, y contraponen a ambos. Por tanto, decidí escribir esta novela que, originalmente, se llamaba Amanecer —ahora tiene otro nombre— porque se centra en el momento en que Marx, a los 25 años, se casa con una aristócrata, Jennifer von Westphalen, y le ofrecen un trabajo en París en 1844 como redactor de una revista. Él es un joven radical pero todavía no es un comunista. Llega a París y se encuentra con el movimiento de lo que él llamó socialismo utópico —pensadores como Fourier o Saint-Simon, que están planteando la idea del socialismo— que él todavía no había manejado hasta ese momento. A su vez, se encuentra con anarquistas como Bakunin y Proudhom, que también están planteando ideas revolucionarias, con el movimiento obrero que él no había percibido hasta entonces en Alemania, con los grandes autores de la economía clásica inglesa y, a su vez, con el mundo romántico de París donde están el poeta Heinrich Heine, que es su amigo, George Sand, Chopin, List o Delacroix. En fin, es el momento cumbre del Romanticismo y el contacto con ese ambiente de ese joven que llega a París recién casado y a punto de tener una hija, es el mundo en el que centro esta novela que me ha llevado cuatro o cinco años terminarla. Lo cierto es que he debido estudiar muchísimo para poder reconstruir toda esta época. Y ahora mismo se llama Amanecer o Todo comienza en París, mi querido Karl Marx.
—ECP: Por último, ¿cuál es el escritor español actual que más te interesa?
—MC: Arturo Pérez Reverte. Tiene una obra, El pintor de batallas, que me parece de una calidad sorprendente. De veras.

Esta entrevista se ha realizado gracias a la concesión de una beca posdoctoral por parte de la Fundación Séneca de Murcia (España) para el desarrollo de una investigación sobre narrativa mexicana del siglo XX, centrada en Sergio Pitol.

1 comentario:

Rakz dijo...

Si hay un ser que me conmueve es él. Maestro en el silencio, habla y letras. Y, por si fuera poco, en la mirada. Si hay alguien que cree, es Miguél: no solo en la vida y sus inéditos pasajes, en la simplicidad y complexión del ser humano y su capacidad para crear distintas realidades. Un Hombre con infinito corazón para dar.

Un profundo y orgulloso abrazo,

Raquel Cherem