martes, 13 de noviembre de 2007

La casa del frontón

Hace unos días presenté la primera novela de Sofía Buzali, publicada por la Editorial Dos Líneas, México, 2007. Sofía es una escritora mexicana que se propuso restaurar, en la literatura, la antigua casa donde pasó la niñez, una mansión en el exclusivo barrio de Polanco, que tenía un frontón, una alberca y la magia perdida del mundo de ayer. Allí creció, junto a sus muchas hermanas, y allí murió su autoritario padre, dejando una estela de vívidos recuerdos. He aquí lo que escribí al respecto:
La casa de la memoria

Para Sofía Buzali, en su noche y siempre

La casa es el primer lugar donde se ama y donde primero se sufre. Es el sitio en el que se aprenden las formas de las cosas y los nombres de los otros; el territorio perdido de la infancia, donde los niños jugamos con espadas y las niñas con muñecas, todos soñando con ser grandes, surcar con nuestras naves las galaxias o llevar vestidos largos para bailar la noche entera, sin tener que despertar a la hora del colegio. Allí conocimos el principio del largo pasillo de la vida, el tamaño limitado e infinito de la recámara -es decir, del cuerpo al que estamos condenados. En nuestra casa tuvimos las experiencias iniciales del dolor, una sencilla punzada en los oidos, la pinchadura de un dedo, el desinflamiento del globo de colores, cualquier cosa que ahora nos parece baladí y entonces fue la tragedia más terrible de la historia. Supimos llorar en aquellos momentos, como ya no podemos, a lágrima viva, con el corazón hecho pedazos y, al minuto siguiente, la maravillosa sonrisa del amanecer.
Pero la casa es asimismo nuestra invención, el sitio en que tan bien se está, como la describió el poeta Eliseo Diego, alli donde gustamos las costumbres,/ las distracciones y demoras de la suerte,/ y el sabor breve por más que sea denso,/ difícil de cruzarlo como fragancia de madera, / el nocturno café, bueno para decir esto es la vida, / confúndanse la tarde y el gusto,/ no pase nada, todo sea / lento y paladeable como espesa noche / si alguien pregunta díganle / aquí no pasa nada, no es más que la vida… No pasa nada, pero todo ocurre en la memoria y la fantasía de Sofía Buzali, que en esta novela de iniciación, ante la cual estamos, busca exorcizar y recrear aquella casa del frontón donde todavía residen los fantasmas de su adolescencia, las penas del ayer y las ilusiones que ya no son recuerdos, sino llamas que iluminan el difícil camino de la literatura.
Todo es ficción, como la vida misma. Y todo existe en cuanto vivimos, en la huella de la memoria, en esa extraordinaria capacidad de imaginar que nos define como seres humanos. La casa del frontón, esta novela de Sofía Buzali, es su necesidad y deseo de reinventar aquella casa suya, a la vez de todos, donde ella quizás recibió, junto al sacrificio de los cabellos y las restricciones de un padre autoritario, la horrible, desgarradora y siempre inigualable bendición de las diosas que nos convocan a decir, a escribir, a poner en palabras cuanto lo que tal vez ocurrió y sin embargo nunca fue.
La casa del frontón sigue existiendo. Yo mismo la he visto y recorrido en la novela que pronto tendrán entre las manos. Está en la calle de la memoria casi esquina a añoranza, por el nebuloso barrio de Polanco, donde el tiempo se vuelve espuma de letras. Tiene un portón de hojas verdes que desmiente la ausencia, y sobre el mismo reza un letrero de prohibido olvidar. A la entrada hay un mozo de exquisitos modales, con las uñas pintadas de rojo pasión, y en el jardín crecen flores azules y blancas como un ramo de adioses a la muerte enemiga. En las habitaciones juegan en secreto las niñas, y más abajo, en la cocina, o en la lavandería, alguna se esconde de sí misma o de la extrañeza ajena, porque es flaca la vida y misterioso el futuro. La mano del padre se impone y domina, como puño de hierro, con rigor absoluto, aunque a pesar suyo destila una esencia de reprimido cariño.
Todo eso y más nos muestra esta novela, en cuyo sitio virtual se descifra y fabula la historia familiar que la muerte cincela en el corazón de la noche. Ahí aparece el frontón que acompaña al título de la obra, un espacio donde los jóvenes, con pantalones cortos y tenis blancos, hacían ir y venir la bola del mundo, en el lúdico afán de mantener en pie las paredes sagradas y el techo de nubes que nada pudo ni puede demoler o borrar. Escrita con amor, hecha en el tesón del oficio literario, entregada a los lectores como ofrenda de comunes remembrazas, esta obra de excelente factura nos adentra en la mansión interior, única y múltiple, donde vibran preguntas acerca de por qué estamos aquí, y responden silencios que preguntan también.
Entremos, entonces, descalzos los pies, una piedra en la mano, en la casa imaginada de esta nueva escritora. Sean todos bienvenidos con el pan y la sal de la escritura sacada a mandarriazos de fuego, para forjar el molde alternativo de la realidad y lo que está más allá, en el frontón de lo desconocido. La casa no está en el ayer. Está en construcción. Es novela, ensoñación, hora de leer y reconquistar el pasado, momento de apostar al rojo y el negro, los dos a la vez, en la ruleta que gira entre el tiempo perdido pero siempre presente, y el futuro entrevisto en la neblina del hoy.
Les invito a visitar esta casa del frontón.
Y para Sofía, que la ha restaurado y la ha escrito, yo quiero la estrella de la mañana.