sábado, 16 de agosto de 2008

En la boca del lobo. Sobre una novela de Martha Bátiz

La literatura y la ópera tienen en común el mismo reto de contar, y cantar para el auditorio siempre ajeno de los otros, la misma eterna historia de la pasión humana. Hay, en ambos casos, el drama –no pocas veces melodrama-, el equívoco, el dolor y hasta la risa que nos define en la repetida aventura de vivir en esta extraña dimensión del tiempo, donde todo es fingimiento, ensoñación, letra escarlata y música secreta. Eso lo sabe y en la piedra escribe Martha Bátiz, que por la puerta de la creación ingresa, con Boca de lobo, su primera novela, al escenario de la literatura, a esa otra realidad, acaso más exigente y verdadera, en la que todo es posible y en la imaginación perdura.
He aquí la historia de Damiana Guerra, una cantante de ópera que va a interpretar a la Susana en Las bodas de Fígaro, del divino Mozart, y que mientras en el camerino espera su llamado -en la soledad y la angustia del artista-, responde a ratos un sencillo cuestionario y recuerda el nombre perdido de su infancia, la cruz inconfesable de la familia y el espinoso misterio que aún persiste en las cuerdas más sensibles de su garganta. La novela, hábilmente construida, está llena de sutiles contrastes en los que se reflejan, como en un espejo doble, las caras de los personajes que a su vez interpretan a otros personajes, y éstos tal vez a muchos más, sobre las tablas inventadas por un dios ignoto que la tramoya mueve.
Martha Bátiz ha sabido hilvanar un drama íntimo, de hiriente realismo y profundo contenido humano, sobre la aparente ligereza de una ópera marcada por el enredo y el juego cortesano de otros tiempos. Con un lenguaje sencillo, frecuentemente coloquial, la autora dialoga y rinde homenaje al más grande de los compositores. No es poca cosa escribir e inventar la vida de una intérprete, mientras una orquesta invisible nos recuerda la obertura o algún aria de Mozart. No es usual que una primera novela nos muestre, con tanta claridad, que la literatura y la música -el arte en general-, son las alas translúcidas con la que podemos volar más allá de la miseria y la cárcel terrible del mundo que nos tocó. En Boca de lobo la autora escribe que la cantante escribe, y que cuando canta vive lo que por cierto somos: máscaras múltiples de nosotros mismos.
Damara Guerra, esa soprano que se estrena en Susana, allá en Bellas Artes, al centro de esta ciudad ruidosa, enferma y entrañable; el personaje central de la obra, tiene también otro doble -que es ella misma-, en su hermana Tamara, actiz fracasada y borracha de vida, ansiedad y tragedia. Hay entre las dos un falso contraste, porque no existe mucha diferencia –ésa es la gran verdad- entre quien bebe hasta el fondo el veneno de ser, y quien pretende ignorar el malestar de vivir. Con juicio certero, la novelista no juzga, sino presenta; exhibe, en vez de comentar; cuenta, pero no moraliza; canta todo el tiempo, a sotto voce, lo que Mozart nos dice desde ahí donde siempre estará: somos simples humanos que seguimos buscando el Jardín que perdimos.
No todo está dicho en esta novela, ni en las muchas escritas y que habrán de escribirse. La realidad, dijo el Poeta, supera la fantasía. Pero la realidad es la pura fantasía, y la literatura, la música, el arte, la creación en todos los campos, son las verdaderas expresiones de la condición humana. Esta obra, pequeña en formato, es un ejemplo más, y valioso, de esa capacidad para inventar, trascender los límites de lo cotidiano; para romper con el absurdo de lo ya dado y aceptado; para enfrentar, finalmente, la estrecha circunstancia en que vivimos. Tal es, precisamente, el encanto supremo de las obras de arte, que nos descubren con palabras, en imágenes o con sonidos, la esencia olvidada de la que partimos.
Gracias a Martha Bátiz por meternos en su Boca de Lobo, que no es ciertamente la del lobo embustero de la Caperucita, sino la sala extraña a la que se enfrenta el actor, la cantante, el ser humano que debe representar un papel en el gran teatro del mundo. Ahora sabemos que, tanto en el escenario, como en la platea, y aún más arriba, todos somos parte de la misma obra: unas veces actuamos, otras aplaudimos, y nunca sabemos a cuántas representaciones podremos asistir, ni cómo podremos cambiar los libretos, las letras y las melodías de las canciones. Pero siempre estaremos, como Martha, abiertos y dispuestos a entregarnos a la Boca del lobo.

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