jueves, 12 de marzo de 2009

Prólogo a "Entre el torrente y el pedregal", novela de Stella Khabié.Rayek

Donde se habla de amor y guerra
Stella Rayek escribe en azul y el libro que el lector tiene en sus manos es opalescente y redondo como el globo en el que ahora viajamos. Sus hojas son piezas de un voluptuoso ajedrez donde la imaginación es la reina y la reflexión un alfil. Ella narra la existencia en un soplo de ideas, y nos hace pensar en los grandes temas de nuestro tiempo, que es el siempre del tiempo. En esta nueva novela perfila de un trazo el mapa del orbe, dividido por las palabras que un mismo Dios pronunció y los hombres oyeron en idiomas distintos. Cuenta la historia de pasión y locura escondida tras velos de tradiciones y creencias que a veces separan, sin razón alguna, a hermanos, amantes, familias y pueblos. Habla de la guerra que disgrega y mata, de la imborrable herida del Holocausto, y de los judíos que perviven en el caos de Irak. Todo lo teje con el hilo de la poesía y la aguja punzante de la realidad, para mostrarnos la impetuosa avenida de la muchedumbre que busca la respuesta imposible a la esencia del ser.
Nos encontramos frente a un texto que, como sábana virgen, se extiende ante nosotros para hacer el amor y reconciliarnos tal vez con el sinsentido del mundo. Aquí nos adentramos en la aventura de quienes recorren las tierras en pugna de la Palestina, o van por las montañas de Turquía, o marchan entre las bombas de Bagdad, bajo el pedregal donde duermen las generaciones perdidas; más allá, en otra parte que es sin embargo el mismo lugar en el que habita la vida y acecha la muerte. Están en estas páginas la casa prometida de Israel y el libro sagrado del Corán, las religiosidades opuestas que se encuentran cuando dos hombres coinciden volando entre nubes de Oriente a Occidente. Con breves pinceladas, Stella Rayek retrata asimismo las migraciones humanas de un lado a otro del planeta cada vez más globalizado, más interrelacionado, conflictivo y pequeño. Aparece en esta obra Ini, la china que huye con su familia de un tsunami y se adapta al movimiento febril de una trepidante ciudad italiana, mientras que, en sentido inverso, una mujer lleva a su nieto adolescente desde San Diego a la capital iraquí, nostalgia de sus raíces.
Entre el torrente y el pedregal es una novela que sutilmente interpreta las causas profundas de los conflictos actuales, fijando la mirada en el microcosmos de lo cotidiano para descubrir las coordenadas del conglomerado social. Todo se explica al observar por una ventana el universo blanco de la Mujer blanca; al escuchar un momento el latir salvaje de quien ama a Raquel ojos azules; o cuando seguimos los pasos del hombre que viene de Smirna tras la Francesca cuyo amor es una esfera negra y un cuervo en la calle del olvido. La historia, ésa que absurdamente se escribe con mayúscula, se encierra en la piedra de un anillo que en el dedo nos quema, y nada hay nuevo bajo el sol, más allá del Bósforo y del cielo, el espacio que inventan Nadia y Omar, los muchos personajes que pueblan esta obra.
En todas partes, sugiere la autora, el ser humano padece idéntica soledad, sufre igual necesidad de comunicarse, lleva en el costado izquierdo la misma llaga de amor insatisfecho. Es preciso que un día redescubra, bajo el pedregal, la pura permanencia, el corazón con que vive y la sangre que nos une como hijos de Adán. Por encima de la crueldad y de la destrucción, nuestra civilización debe renovar la humildad de Ester y el perdón de Ismael; hay que marchar al encuentro de las raíces comunes que nutren el árbol de la verdad y la paz fundamental.
Esta obra huele a azafrán y sabe a pimienta, está hecho en el horno donde se cuece el pan árabe, servido con los frutos de la tierra bendita de los padres nuestros, aderezado con semillas de cardamomo para el café de la tarde. Es, finalmente, un libro construido con la fragante madera de los cedros del Líbano, aquella con la que un día, en devota oración, se edificó el primer Templo de Jerusalén. Una novela de gran madurez literaria con la que Stella Rayek nos invita a buscar, más allá del terror, del dolor y la guerra, la luz que ilumina, el amor que nos salva.

© Miguel Cossío Woodward

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