sábado, 17 de octubre de 2009

Como yo te he leído

Mi amigo, don Miguel de Unamuno, a quien conocí en una novela, escribió alguna vez acerca de lo que llamó la intrahistoria, para referirse a la vida tradicional, que sirve de aparente decorado a la historia más visible. Decía el autor del famoso ensayo En torno al casticismo, que la intrahistoria es todo aquello que ocurre pero no publican los periódicos. Es decir, lo que sucede en la sombra, en el discreto espacio de lo privado, al que muchas veces no accede la historia oficial. Porque en el tálamo regio, en el jergón de una choza, o en las simples circunstancias de una celebración familiar, los olvidados de siempre desatan, aún sin saberlo, una cadena de acontecimientos cuyo desenlace se inscribe en los grandes episodios que los cronistas registran con exhaustivo rigor. Ése es precisamente el lugar que redescubre Erma Cárdemas: el punto ignorado pero cierto, muchas veces secreto, donde los héroes, los antihéroes, las doncellas y los seres comunes de carne y hueso que nunca han sido coronados de laureles, se sientan a platicar, hacen el amor, escriben cartas privadas, rezan, cocinan o duermen la siesta de los justos. El mundo soslayado, pero humano, más que humano, de la intrahistoria.
"Como yo te he querido. Historia de amor entre Concepción Lombardo y Miguel Miramón", la última obra publicada de esta notable escritora mexicana, se inscribe cabalmente en dicho concepto unamuniano, al ir más allá de los límites tradicionales entre biografía, testimonio y novela, así como entre historia y literatura, para adentrarnos en la vida íntima de dos personajes que se conocieron y amaron en la convulsas circunstancias del siglo XIX mexicano. Erma Cárdenas se atreve en este libro a leer las Memorias de Concepción Lombardo, la esposa de Miguel Miramón, desde la carne, los huesos y el corazón en vilo de aquella mujer enamorada y testigo de su tiempo, pero también con la perspectiva del siglo XXI, cuando el ayer, que parece estar dicho y congelado en los textos oficiales, necesita ser revisitado para entender el presente y atisbar el futuro. Y Erma no sólo lee aquellas Memorias, sino que las comenta, las completa, y en gran medida las reinterpreta, en un ejercicio de actualización apasionada y fiel que nos obliga a repensar los hechos de entonces, amando también a quien supo amar, y por su amor persiste y en la letra existe.
Una de las mayores virtudes del texto que aquí presentamos es que podemos verlo como una página más, e indispensable, de la historia de México, y a la vez como una novela colmada de episodios dramáticos, dominados por el soplo terrible de la tragedia, con personajes enfrentados de manera inevitable al juego caprichoso del destino, moviéndose hacia un desenlace fatal. Por lo que respecta a la Historia, con mayúscula, la autora respeta cuidadosamente el sentido del término, que implica, desde los griegos, la narración de los hechos humanos y los hechos en sí, la realidad tal como Concepción Lombardo asegura ocurrió. Enseguida el lector advierte la parcialidad de la narradora, que intenta reconstruir objetivamente un pasado por definición efímero, ya ido, perdido en las volutas de su memoria. Hay, sin embargo, una magia en estos recuerdos, una relación íntima entre la voluntad de reconfigurar los hechos, esto es, el intento de registrar su verdad, y la idealización de un fuego cuyas llamas vitales se apagaron para siempre y sólo quedaron en la adoración de su imagen. La reescritura de aquel pasado es, en manos de Erma Cárdenas, el pilar donde se asienta la posibilidad de la ilusión, es decir la Literatura, también con mayúscula. Lo pretérito sigue vigente, aunque en constante revisión, nos dice la autora, para que el aquí y el ahora tengan razón de ser, y para que el hombre –objeto y sujeto del azar, la fatalidad, el hado, la suerte, el destino– entienda finalmente que, así como la esposa del general Miramón, es sólo sueño, hechura de la fantasía.
Erma Cárdenas sabe, y aquí lo demuestra con creces, que la Literatura es una reelaboración de la realidad, una especie de creación de segundo grado que, en la invención, fabrica una realidad alterna, asequible solamente por medio de las palabras, esas contraseñas que abren sinuosos pasadizos hacia mundos distintos, fingidos pero verídicos, donde los hechos objetivos y duros se subordinan al eterno deseo de volar al infinito. Desde sus orígenes, la Literatura ha sido un cuento de hadas y demonios, sueños y esperanzas, y la Historia un recuento de infortunios y glorias pasajeras; torres construidas para alcanzar los cielos, batallas perdidas en caballos de Troya. Como yo te he querido conjuga hábilmente ambas disciplinas en apariencia distintas pero en verdad fundadas en el mismo asombro ante la vida que fue, pudo ser, acaso sería, de haber sido otro tiempo.
En la Historia está la totalidad de las creaciones humanas, y en consecuencia la Literatura nace, respira y fructifica en la historia, es histórica por necesidad, y por esencia dinamiza y enriquece la historia. Pero son campos diferentes que, por rutas distintas, intentan desentrañar el misterio mayor de existir, la eterna pregunta del por qué y el para qué, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Hizo bien Aristóteles al oponer el historiador al poeta, porque este último busca representar lo universal, “las cosas como podrían acaecer según verosímil necesidad”, mientras que el historiador se dedica a representar “las cosas realmente acaecidas”, es decir, lo particular, por ejemplo lo que hizo Aquiles en la famosa batalla. Así, el testimonio de la Lombardo, el texto vigoroso de Cárdenas, la Literatura, no pueden ser la reproducción exacta de los hechos que a más de un siglo y medio de distancia se disolvieron en la nada del tiempo. Por el contrario, el logro de este rescate literario es la revelación de una realidad oculta, virtual, que coexistió junto a la circunstancia evidente; la presentación de un mundo paralelo donde tal vez ocurrió una Historia gemela, esa fantasía borgesiana que la mecánica cuántica considera posible.
"Como yo te he querido" demuestra, una vez más, que no se pueden deslindar ni oponer la Historia y la Literatura, estos dos cuerpos del entendimiento humano, que son en verdad amantes secretos y hacen el amor a oscuras para engendrar las fábulas que mueven al mundo,. La Historia es el registro del Tiempo, donde irremediablemente existimos, y el tiempo es la esencia de la novela, el espacio donde se manifiesta la Poesía, la imagen que precede la realización de lo humano. Compañeras de viaje, cómplices de una misma ficción, la Historia y la Literatura se polinizan mutuamente, y son como Jano, aquel hijo de Saturno y Entoria cuya cabeza solía representarse con dos rostros, que miraban y conocían lo pasado y lo porvenir.
Finalmente, tras la lectura de esta obra, me atrevería a proponer que, vistas las cosas de cerca, todo forma parte de la Teología, la mítica o fabulosa teología que San Agustín definió como propia de los poetas, porque admite muchas ficciones y va más allá de lo que los dioses son y los ciudadanos deben conocer y practicar. La Historia y la Literatura son, en última instancia, ramas de la Fe, de la creencia y la confianza en la palabra, en la revelación de la belleza; la Fe que implica una firme seguridad de lo que esperamos y la confianza en lo que no vemos todavía. Porque Concepción Lombardo, en la voz admirable de Erma Cárdenas, parece decirnos que escribir es un acto de Fe, de amor y memoria.

Miguel Cossío Woodward
micossio@yahoo.com

16 de octubre de 2009